Como si abriéramos un viejo baúl
Publicado por Patricio Varsariah el martes, junio 5, 2018

Cuando evocamos a los seres queridos que nos faltan, surge el recuerdo del hombro en que alguna vez lloramos, y la búsqueda del hombro amigo que nos ofrezca consuelo. Cuando evocamos a los seres amados que se fueron, sentimos que es el momento en que nuestras almas se afinan para la melodía más profunda y sincera que nuestros corazones pueden crear. Cuando evocamos a los que tanto añoramos es el tiempo de nuestro silencio.
Cada uno con su imagen personal. Un padre, una madre, un hijo, una hija, abuelos, un marido, una esposa, un hermano, una hermana, un amigo. Así que cuando los evocamos, la melodía de sus vidas vuelve suave y dulcemente. Como si abriéramos un viejo baúl, los recuerdos y las imágenes van apareciendo y vuelven a emocionarnos. Cada uno con su historia de amor, única, que continúa dando calor a nuestra vida. Una historia de sueños e ideales, de valores y tradiciones. Una historia en la que ellos y nosotros fuimos los protagonistas. Y que al recordarlos, continuamos escribiendo. Historias que nos contamos solamente a nosotros mismos, y tal vez a Dios.
No se aprende del sufrimiento, sino de la lucha por superarlo. El sufrimiento por la muerte de una madre es inevitable, duele mucho la pérdida de un ser que nos ha dado la vida y adoramos. Es más fácil morir que aceptar seguir viviendo después de un golpe así. Es cierto, pero si decidimos luchar, las posibilidades de aprendizaje, de aumentar nuestra fortaleza interior son enormes.
Tengo mi vida en una situación límite: o lucho contra viento y marea o me hundo. No hay más. Si decido no tirar la toalla, naufragare durante mucho tiempo pero, entre medio, creo que ire creando recursos que no solo me permitan salir a flote, también me serán útiles para afrontar nuevas tempestades. Nuestro esfuerzo ilumina a nuestros muertos y, por qué no decirlo, a toda la humanidad. Porque todo ser humano que supera una prueba personal enorme, sea la que sea, abre un camino de esperanza para los demás.
En cambio, si no lucho, el riesgo de dar vueltas alrededor del dolor sin avanzar un paso es grande y, con el tiempo, el desgaste va a ser tan extraordinario, la debilidad emocional tan grande, que cualquier revés, por pequeño que sea, probablemente se convierta en una montaña insuperable que, inevitablemente, me remita a la angustia y desespero del inicio. ¿Pero contra qué o quién hay qué luchar?
A mi entender la del duelo es una batalla que nos enfrenta a nosotros mismos y esa es la más difícil de las batallas. Si nos empeñamos en dirigir la rabia contra alguien o contra la vida misma estamos errando el tiro.
Nosotros, como seres humanos, solo tenemos la libertad de transformarnos a nosotros mismos. Las circunstancias son las que son, pero todos tenemos la capacidad de inventar infinitas maneras de encararlas. Esa creatividad es un don que, incluso, ha permitido a algunos salir con vida de un campo de concentración.
La travesía del duelo consiste en soltar miedos y adquirir confianza. Morir vamos a morir todos, la diferencia, lo que da sentido a la vida, está en morir con el corazón desolado o repleto de gratitud y amor.
Mi Madre murió con la conciencia tranquila sabiendo que ha dado lo mejor de ella misma en cada momento que la vida, cuando esta le puso delante las lecciones que vino aprender. Mi madre dio todo el amor que pudo a quienes lo necesitaron y lo lo pidieron.
Que intentamos ser nosotros mismos el mayor tiempo que nos fue posible. Y que intentamos perfumar el camino de cuantos caminaron junto a nosotros, en la andadura de la vida.
La clave está en que hay que morir en paz como mi Mami, por que le permitió ver con claridad el camino que tenia que hacer para llegar al mundo espiritual.
Patricio Varsariah.