Equivocarse, como siempre he dicho, es totalmente humano. El mundo en el que vivimos nos exige estar a la altura de relaciones que están continuamente pidiendo nuestra atención, por lo que es mucho más complicado mantenerlas y conservarlas. Consecuentemente, este último hecho nos conduce a caer más fácilmente en situaciones en las que no estemos a la altura de las circunstancias o fallemos por completo. Sobre todo somos conscientes de ellas cuando las personas a las que nos referimos son familiares, amigos o nuestra propia pareja. En este sentido el error, casi innato, puede verse desde distintas perspectivas: podemos equivocarnos con nosotros mismos, con los demás o que sean los demás los que se equivoquen con nosotros. En cualquiera de los casos sería beneficioso tener presente aquel refrán popular ‘ojo por ojo y el mundo se quedará ciego’.

Cuando los demás nos decepcionan o nos traicionan sentimos un gran vacío que nos vemos obligados a reparar. Es, entonces, el momento en el que antes de tomar cualquier decisión sería bueno que nos preguntáramos: ¿hasta qué punto la venganza o el rencor es el camino? ¿podría ser yo quien estuviera en esa situación a la inversa? Las consecuencias de una actitud negativa es que ésta se convierta en nuestro propio lastre: la violencia engendra violencia y la venganza entraña venganza, que se suele decir. Jamás uses algo como la venganza para aliviar tu dolor. Solo espera. Aquellos que hieren o hacen algo mal, suelen destruirse por si solos. Una actitud de rencor y odio solo tiene una dirección, por tanto, y esa es la de hacer daño a nuestra propia persona: los sentimientos negativos se potencian y no son ninguna solución. Si todos castigáramos los errores de los demás, si todos viviéramos bajo la pauta del ‘ojo por ojo’, nunca creceríamos como personas.

Seguro que estamos de acuerdo en que las personas, por el simple hecho de serlo, nos equivocamos. Todos cometemos errores y todos nos hemos visto alguna vez en una tesitura de la que creíamos que nos sabríamos salir. Incluso, en más de una vez hemos tomado la determinación de actuar bajo la regla del ‘ojo por ojo’. ¿Quién no ha hecho daño a alguien alguna vez? La gran diferencia que nos hace ser mejores personas de lo que somos está en la actitud que tomamos al respecto. Nunca es tarde para pedir perdón.Nunca es tarde para empezar otra vez.Nunca es tarde para decir yo me equivoqué.

Ante estos sentimientos negativos se encuentran la justicia y el perdón que, entre líneas, propone Gandhi: igual que cuando estamos en el lugar del que se equivoca necesitamos urgentemente el perdón del otro, cuando es al revés debemos ser capaces de perdonar. Una persona es grande cuando perdona, cuando comprende, cuando se coloca en el lugar del otro, cuando actúa no de acuerdo con lo que esperan de ella, sino de acuerdo con lo que espera de sí misma. Educar con el perdón para poder vivir es fundamental, más aún en los momentos  que nos superan. El olvido y el aprendizaje parten de ahí, de la posibilidad que nos queda para seguir con nuestra vida y entender los errores; pues solo de esta manera los demás pueden superar los suyos. Así, la expresión ojo por ojo y el mundo se quedará ciego cobra sentido en lo más profundo de la existencia humana y en su capacidad de autoobservación. El mundo que nos quedaría si no tuviéramos la misma capacidad de errar que de perdonar sería muy triste y se autodestruiría.

Se trata de entender, aunque a veces duela, que castigar porque nos han castigado solo conduce al dolor y nunca a la felicidad que siempre debemos buscar.No es fácil ignorar ciertas cosas, ciertas personas, ciertas situaciones. Las personas no siempre sabemos percibir que algo puede hacernos daño, no tenemos un radar, ni una señal de alarma. Nos limitamos a confiar, a dejarnos llevar. A vivir. Si hay algo que también deberíamos tener en cuenta es que no solo están en el exterior muchas de las cosas que sería necesario ignorar. A veces, también está “ese ruido” interno, esos pensamientos obsesivos, esos miedos, esas dudas, la ansiedad… Enemigos propios que sería necesario reconocer y desactivar. Por ello, debemos comprender que en ocasiones, puede ser muy saludable practicar el sencillo acto de dejar atrás aquello que no enriquece, que no motiva, y que por lo contrario, pone muros en nuestro crecimiento personal y en nuestra felicidad.