Me enseñaron que las cosas del suelo no se recogen, y aún me sorprende que no quieran estar con uno después de que alguien nos deje tirados. Me enseñaron a tirar todas las cosas rotas y aún me sorprende que no quieran quedarse cuando estoy hecho pedazos. Pero no a todos la vida nos ha enseñado las mismas cosas. Y menos mal. Por eso siempre busco a alguien que esté tan roto y en el suelo como yo, porque si juntas dos heridas cicatrizan antes, porque si estamos en el suelo con alguien seguro que encontrare la manera de levantarme y crecer. Sobre todo crecer. Porque no sé si lo sabéis, pero algunas personas tenemos el don de que nos crezcan alas en cada herida… esas que me hicieron cuando estaba volando.

Se empeñan en decirnos que el tiempo lo cura todo. Y a mi se me secan los labios de decirles que el corazón me pesa… que si ese tiempo del que hablan se utiliza con alguien que calla, escucha y abraza, ¡claro que cura!. A veces pienso que hay personas que llegan al mundo para enseñar, algunas veces para herirnos y otras que nos ayudan a levantarnos.

Todos tenemos heridas en lugares recónditos, como si de un mapa se tratase. Heridas superficiales, profundas, simples, infectadas, contusas, punzantes, cortantes, recién curadas… Pueden tener muchas formas, lugares y causas. Lo que no difiere mucho unas de otras es el modo de sanarlas. Me enseñaron a echar mercromina y retirarla con algodón, para terminar poniendo una tirita. ¿Cuánto de funcional tiene esto? Será desconocimiento o falta de habilidad, pero a siempre se quedaba algodón dentro de la herida y dificultaba la cicatrización. Además, poniéndole una tirita a veces se le hacía un flaco favor a la herida. Cualquier herida necesita ser limpiada y desinfectada con agua oxigenada, aire y tiempo. Y tiempo. ¡Y más tiempo!

Todos necesitamos limpiar nuestras heridas antes de que cicatricen. Y estará bien pensar el motivo de la herida, qué nos hizo caer, cómo nos afectó, qué consecuencias tuvo, qué voy a hacer para sanarla… Sin ello, el proceso de cicatrización se torna complicado o, como poco, incompleto. Y soplar. Y dejarse soplar. ¿Por qué creéis sino que desde siempre se dice eso de “soplar las heridas”? ¡Porque sanan con más facilidad! Ese gesto mágico no solo sirve para pedir deseos. También consuela. Cura.

… y dejar que el tiempo se pose sobre ellas con su magnífico poder de cicatrización. Desconozco cuál será la composición del tiempo, sin embargo he comprobado que tras su paso, las heridas duelen menos. Nunca me gustaron los potingues que atiborraban a las heridas con tal de acelerar su cura. Ahora entiendo por qué. Todo tiene su proceso, y hacer de catalizador no es otra cosa que romper el curso natural de las cosas. Es cuestión de lavarla y dejarla al aire. Eso sí, poniendo especial cuidado en no exponerla en exceso, huyendo de parches o tiritas que, a la larga, solo consiguen evitar que salga la infección y la cura se haga indefinida.

Llegará el día en que cicatrice. Y no por ello, hay que des-cuidar(se).

Cuando finalice el proceso, esas cicatrices, como un mapa, me recordarán los caminos que he recorrido y los tropiezos que he salvado. La experiencia será el indicativo de mi propio umbral del dolor. Y cada vez éste será más alto… porque saldré fortalecido, y me enfrentare a los rasguños de otro modo.

Patricio.