Hace muchos, muchos años dejé la lucha por parecer y me quedé conmigo, con lo que había tras la puerta cerrada de mi conciencia y abracé al niño enfadado con el mundo porque creía que no me aceptaba. Y me di cuenta de que no había nada tan grande como no esperar nada y sorprenderse por todo, por absolutamente todo. Asumir lo vivido y soltar la carga. Dejarlo todo en una tarde y ver cómo la vida fluye cuando decides que ya basta.

Me quedo con mis errores y mis miedos. Los miraré sin recelo, sin culpa, sin resentimiento. Y los convertiré en vida, en "ahora", en cielo… Esa será la forma en que le devuelva a la vida el maravilloso regalo de sus sabias lecciones. Ver la belleza de este instante y notar que me invade, ahora. Saber que estoy aquí por algo, para algo, con un sentido y un camino por recorrer. Notar que yo entero me entrego a mis miedos y les doy la vuelta hasta convertir a mi enemigo en aliado, a mi dolor en mi consuelo, a mi guerra en mi paz.

El guerrero ha dejado su puesto de centinela cansado y ahora confío, lo intento, aunque cueste, aunque a menudo me sorprendo todavía empujando el peso del mundo por una cuesta cuando el mundo no la ha pedido que haga nada. A veces, todavía miro al horizonte por costumbre y surco entre las caras y las miradas para encontrar el rechazo que tanto necesito para volver a culparme por no ser perfecto. A veces, el miedo me puede e inventa historias tristes y amargas que me sacuden el alma, pero entonces recuerdo que hay tanta belleza en cada cicatriz que cuando las juntas todas ves que en mi han escrito una palabra, una frase, un libro.

Que dejarse llevar por lo que temes y bucear en tu dolor para comprenderlo es respirar libertad. Que entregar tu miedo al miedo antes de que te coma la esencia te libra de sumergirte en la desesperanza. Que lo que estás haciendo para muchos es locura, pero para ti es un bálsamo.

El guerrero está callado, pero no por guardarse el dolor ni encerrar la rabia, sino por haber aprendido a amar el silencio de este momento y haber decidido que no quiere más batalla. Porque no es que ya no quiero ganar es que ya no me hace falta y prefiere la paz a la gloria, el equilibrio a la medalla. Prefiero sentir que pierdo si perder es notar que fluye y que ama.

Me quedo con este momento dulce, aunque no sea perfecto porque sé que es perfecto para que lo que deba pasar. Porque sé que esta serenidad compensa todas las noches de ira haciendo guardia, todos los días luchando por injusticias inventadas, todas las tardes perdidas soñando venganzas sin sentido.

Me quedo conmigo, desierto de gritos y rencores, vacío de rabia y lamentos, enfundado en mí mismo con mi traje más humilde y mi risa más fácil. Me quedo con esta sensación de que todo tiene sentido, aunque no sepa cuál, ni hacia dónde, ni cómo.  Roto pero recompuesto, cansado, pero con ganas. Habiendo dejado de buscar respuestas y de imaginar historias siempre amargas. Me quedo con que he llegado hasta aquí y suelto los reproches de una vida que no fue y un reino que no he podido besar a pesar de los intentos y las ganas.

Mis sueños perdidos ya no gritan mi nombre en las noches largas. Porque he descubierto que mi sueño es mi paz y mi risa. Mi sueño es un mar que me besa los pies y una roca que nunca me dice nada. Escribir para ayudar a otras personas a encontrar esta paz y un vaso de agua fresca cuando el calor me seca la garganta. Mi sueño es no esperar nada y que todo lo que llegue sea regalo, sea pura vida.… 

Tengo sueños tan grandes y hermosos pendientes que no me caben todos en esta tarde que acaba.
Aunque yo me he convertido en alguien tan paciente que soy capaz de saber que llegarán cuando deban y que si no llegan no pasa nada. Porque lo mejor del sueño soy yo creciendo para abrazarlo y el guerrero ansioso convertido en oruga paciente que espera su turno para que le crezcan unas alas…

Me quedo con mis errores y mis miedos porque gracias a ellos he llegado a abrazar mi paz y saber cuál es mi lugar en el mundo. Me quedo con este momento, sea como sea, porque lo que cuenta es tomar lo hermoso de cada paso y seguir andando. Y dar gracias, siempre gracias.

Mientras tuve la razón nunca tuve la risa, nunca tuve el regalo inmenso de descubrir que no sé nada. De no tener ni idea de lo que viene ahora y de que no importa. Y notar que no me tiemblan las piernas, que no busco más refugio. No hay nada como la desnudez de no cargar con la necesidad de parecer y de saberlo todo. Nada como soltar la necesidad de ser perfecto, de no fallar ni perder, de no decepcionar ni fracasar, de no acumular ni culpar, ni reprochar ni llegar siempre a la hora fijada.

No hay nada como ser consciente de no saber nada. Y a veces ser, sólo ser. Y ya está. Es perfecto. Siempre es perfecto. Pensaba que la perfección era el resultado de cambiarlo todo, pero en realidad, es el resultado de casi casi no hacer nada.

Patricio Varsariah.