La gente nunca es tan mala como crees, ni tan buena como crees. No tenemos una manera perfecta de evaluar la madurez de otros seres. Ni siquiera la de nosotros mismos. Tampoco lo sabemos. Pero es bueno que la gente sepa que en el núcleo de todo hay algo perfecto, pleno, completo, algo precioso, intemporal y que pueden descubrir.

Hay muchas personas que pasan años y años, y hasta toda una vida, sufriendo porque seres cercanos y queridos les juzgan permanentemente; les sacan siempre “faltas” y “fallos” a cualquiera de sus movimientos y les hablan de modo despectivo o altivo. Ellos, los “perseguidos” se quejan y desahogan de esa tiranía en la que se han acostumbrado a vivir como seres débiles, dóciles y con poca voluntad. Pero son fuertes, aunque no tienen conciencia de su gran valor, y ese valor es, a su vez, otra fuente de sufrimiento para sus verdugos.

Los que "atacan", sufren su propia guerra interna, la de sentirse inferiores a sus víctimas a quienes llegan a “odiar” por ver en ellos lo que creen les falta, aunque sus palabras parezcan decir lo contrario. Pero tampoco lo saben; no saben que ya tienen lo que necesitan ni por qué se ven abocados a fastidiar. De lo contrario, no lo harían.

Ambos tienen el mismo problema, la falta de amor por sí mismos y la ignorancia sobre su fortaleza. Por tanto, están incapacitados para amar o amarse. Salvo que, al menos, uno de ellos COMPRENDA, sepa por qué están actuando así desde el conocimiento de sí mismo, y corte la persecución y la huida, seguirán en ese absurdo y doloroso laberinto. Porque con sólo saberlo el dolor se reduce hasta hacer que el sufrimiento desaparezca.

Y, como aquí no hay buenos ni malos, dejo estas moralejas:

Compadécete de quien te juzga; no siempre sabe por qué lo hace; no ha COMPRENDIDO, pero impide su invasión con dignidad y respeto por ti.

Mírate en el espejo de quien juzgas y hallarás no sólo lo que detestas, sino también lo que valoras. Te encontrarás en él o en ella.