Amar profundamente no siempre significa quedarse para siempre.
Publicado por Patricio Varsariah el domingo, octubre 19, 2025

Hubo una época en la que creía que el amor podía arreglarlo todo. Pensaba que, si amaba lo suficiente, si aguantaba las tormentas, si perdonaba rápido, si me mostraba sin miedo, entonces el amor nos haría el uno para el otro. Pero no funciona así.
El amor no cura. El amor revela. Te muestra quién eres, dónde estás roto y cuánto de ti estás dispuesto a perder por mantener a alguien completo.
La conocí en medio de mi propio caos que parece calmo por fuera, pero te mantiene despierto a las dos de la mañana con pensamientos que no se apagan. Ella tenía esa manera de hacer que todo pesara menos. Una risa que sonaba a perdón. Ojos que parecían un hogar al que uno siempre quiere volver.
Hablábamos durante horas: de sueños, de miedos, de las personas en las que queríamos convertirnos. Por un tiempo, sentí que crecíamos juntos, como dos almas extraviadas que finalmente encontraron a alguien que entendía el idioma de su soledad.
Pero aprendí que el amor no siempre significa quedarse. A veces es un espejo que te muestra lo que aún no has sanado, antes de poder amar de verdad a alguien incluso a ti mismo.
Bajo la superficie comenzaron a formarse grietas. Los silencios se alargaban. Los planes divergían. Ella quería certezas, raíces, un mapa. Yo buscaba alas, movimiento, espacio para crear. Ambos teníamos razón. Ambos nos equivocamos. Y el amor, en su nobleza, nos hizo aferrarnos más de lo debido.
Confundimos compatibilidad con conexión, creyendo que, si seguíamos intentándolo, podríamos construir un puente entre nuestros mundos. Pero los puentes hechos de renuncias terminan por derrumbarse.
La noche en que todo cambió no hubo pelea. Ni siquiera tristeza, al principio. Me miró y dijo: —Te quiero, pero creo que ya no sacamos lo mejor el uno del otro. Quise prometer que cambiaría, que sería más, haría más, necesitaría menos. Pero no pude. Porque también lo sentía. El amor seguía allí: fuerte, honesto, profundo... pero la paz no. Y cuando el amor empieza a costarte la paz, deja de ser amor. Se convierte en supervivencia.
Nos enseñaron el mito de que “si nos amamos lo suficiente”, todo se arregla. Pero el amor verdadero no borra lo que está desalineado. No corrige valores opuestos ni sana heridas que aún supuran.
A veces conoces a la persona adecuada en el momento equivocado. A veces amas profundamente a alguien que aún no está listo para crecer contigo. Y a veces descubres que el amor no basta si ambos deben encogerse para que funcione.
Semanas después de la ruptura, le escribí una carta que nunca envié:
Gracias por enseñarme que amar no siempre significa aferrarse. A veces significa dejar ir, incluso cuando el corazón grita lo contrario. Fuiste el capítulo que me hizo más amable —conmigo mismo y con los demás. Y deseo que el mundo te dé paz, aunque no haya sido yo quien pudiera hacerlo.
Creo que fue entonces cuando empecé a sanar. Cuando entendí que los finales no siempre necesitan villanos. A veces solo son dos personas que han superado la versión del otro de la que se enamoraron.
Pasaron meses antes de dejar de revisar su perfil, de repetir viejas conversaciones, de preguntarme si también me extrañaba. Hasta que, en algún punto del camino, comprendí algo más profundo: El amor no siempre está destinado a durar. A veces está destinado a prepararte. Ella me preparó para un amor más tierno —uno que no exige, ni apresura, ni roba la paz. Me enseñó que debía amarme con la misma intensidad con la que solía amar a los demás. Porque sin paz interior, ningún amor ajeno llena el vacío.
No todas las historias de amor están hechas para durar toda una vida. Algunas están hechas para enseñarte lecciones que duran toda la vida. Ella fue mi lección. Y yo, la suya.
Me enseñó que el silencio puede hablar más fuerte que las palabras, que los límites no son muros, y que a veces dejar ir es la forma más pura de honrar lo que una vez fue. Y espero haberle enseñado que ser amado profundamente —aunque termine— sigue siendo un regalo.
Nadie te dice que aún puedes extrañar a alguien después de seguir adelante. Que aún puedes amar después de elegir la paz. Sanar no es olvidar. Es recordar sin resentimiento.
A veces, todavía pienso en ella: en las risas, los paseos, los momentos que parecían infinitos. Pero ahora esos recuerdos me hacen sonreír en lugar de doler. Ahí es cuando sabes que has crecido: cuando el amor que una vez te rompió se convierte en la razón por la que aprendiste a reconstruirte.
Puedes amar profundamente a alguien y, aun así, no ser el uno para el otro.
Y eso no es un fracaso. Es la verdad. El amor no se mide por cuánto dura, sino por cuánto te ayuda a crecer.
Quizás algún día conozcas a alguien que se ajuste a tu paz, a tu ritmo, a tu propósito.
Pero incluso si no, recuerda esto: el amor que perdiste moldeó el amor que algún día darás. Y eso vale algo.
Una vez escribí en mi diario: “A veces la persona que te rompió no era cruel, simplemente estaba incompleta.” Y yo también lo estaba.
Lo más difícil será alejarte de alguien a quien aún amas. Pero lo más hermoso será aprender a amarlo desde la distancia: sin amargura, sin arrepentimiento, solo con gratitud por lo que fue.
Porque amar no siempre significa aferrarse. A veces significa soltar, con gracia, en silencio y en paz por que puedes amar profundamente a alguien y aun así no ser el uno para el otro.
Gracias por leer.
Patricio Varsariah.