Me dirijo a Usted Hombre Todopoderoso.
Publicado por Patricio Varsariah el lunes, junio 13, 2016

Foto de Brigitta Schneiter en Unsplash
Tras leer la prensa, no hay día que no sienta una enorme impotencia al contemplar como tantos hombres siguen despreciando (incluso matando) a otros seres humanos para demostrar, básicamente, que su amigo imaginario es el mejor.
Tras leer la prensa, no hay día que no sienta una enorme impotencia al contemplar como tantos hombres siguen despreciando (incluso matando) a otros seres humanos para demostrar, básicamente, que su amigo imaginario es el mejor.
Es muy triste que en este mundo nuestras vidas estén condicionadas al haber tantos individuos que todavía no se han dado cuenta de que todo es un mito de la antigüedad. Incapaz de asumir, por un lado, la responsabilidad de sus propios actos, carencias y contradicciones, y por otro, la evidencia de que la humanidad y su vida se rige por leyes naturales y por las consecuencias de sus desmanes e ignorancia, el ser homo sapiens inventa un ser supremo llamado Dios o dioses para esconderse y justificarse.
Me dirijo a Usted Hombre Todopoderoso, para hacerle llegar un ruego que espero pueda atender. Seguramente habrá oído hablar de mí. Soy dios, ese ser que los suyos crearon hace muchos, muchísimos años, cuando su especie apenas se distinguía del resto de los animales; cuando el desconocimiento, el temor, el deseo de protección y la ignorancia les hacía tan vulnerables como cualquier otro animal. Me crearon ustedes a su imagen y semejanza, adornado con todos sus defectos y virtudes.
En aquellos tiempos primitivos era hasta divertido ser un dios... Mejor dicho, ser dioses, porque sus carencias eran demasiadas como para crear un único dios. Me crearon, pero me crearon esclavo de sus creencias y necesidades. Me imaginaron bajo distintas formas y atributos. Cada nuevo creyente me ataba –y me sigue atando– con sus cadenas, exigiendo de mí que le ayudara a paliar su dolor y su desconocimiento.
Me crearon –nos crearon– cuando todavía no comprendían ustedes el mundo que les rodeaba y las leyes que lo regían. Cuando no sabían que podían existir leyes que gobernaran el mundo y el universo. Por eso me crearon –nos crearon– tan disparatados. Nos imaginaron con arreglo a sus propias fantasías y temores. Tan disparatados como sólo la mente de un niño puede crear a un ser inventado para que le ayude.
Mi historia, señor Hombre, es muy triste. Es la historia de un ser engendrado para paliar miedos, ambiciones, ignorancia y enfermedades. Desde el primer momento se me utilizó como justificación de todos los desmanes y egoísmos propios de su especie. Se me usó para respaldar sus enfrentamientos. Para justificar el poder que algunos hombres se atribuían. Para que unos seres humanos dominaran a otros imponiendo sus normas y sus creencias diciendo que procedían de mí. Para que unos hombres se proclamaran portavoces de mi voluntad descalificando, en mi nombre, a todos aquellos que no creían en sus palabras.
Desde el primer momento ustedes crearon guerras entre nosotros, los dioses, para ayudar a sus intereses. Nos utilizaron para excusar sus deseos de conquista, para vencer, al contrario, para someterlo. Nos utilizaron para explicar la inmensidad de muertos, heridos, torturados... que esas guerras generaron y generan.
Nos usaron para disculpar sus odios, su voracidad, sus deseos de venganza. No creo que haya ninguna maldad en que una persona no me adore, en que alguien no invoque mi nombre. Por el contrario, creo, Hombre, que no ha habido ocasión en su historia personal y colectiva donde mi nombre –nuestros nombres– no haya sido invocado para defender sus intereses, tanto los manifiestos como los ocultos.
En mi nombre, en nuestro nombre, se han cometido y se siguen cometiendo infinidad de matanzas, crímenes y tropelías que no tienen más justificación que los intereses de algunos.
Bajo la apariencia de seres infinitamente poderosos, los dioses no somos sino esclavos de las creencias. Esclavos nos crearon y esclavos seguimos. Y así seguiremos mientras no nos liberen de esas cadenas que a ustedes les parecen tan justas, creyendo que nos alaban y que nos gustan. Son las mismas cadenas con que los poderosos de su especie les atan a ustedes cuando dicen que interpretan nuestra voluntad, nuestras palabras y nuestros deseos.
Su especie, Hombre, ha avanzado mucho, pero no tanto como debería porque, en nuestro nombre, también se ha procurado obstaculizar el progreso de su especie, se han forjado mentiras inmensas, espantosas falsedades, destinadas a detener su marcha. Se ha matado y se ha destruido a aquellos hombres, mujeres y obras que abrían brechas en las murallas del oscurantismo.
Pese a todo, ha avanzado usted lo suficiente como para que ya no necesite creer en entes mágicos, creados por su imaginación hace muchos, muchísimos siglos. Pese a todo, hoy sabe usted que el mundo, que el universo entero, se rige por leyes naturales, no por mi voluntad, no por nuestra voluntad.
Todavía les falta por descubrir las muchas leyes que permanecen ocultas, pero sí saben que esas leyes existen, aunque aún no las conozcan. Ya no tienen necesidad de nosotros, ya no tienen necesidad de seres fantásticos que guíen sus pasos en la oscuridad y en el desconocimiento.
Tomen en sus manos las riendas de su destino, averigüen las leyes que rigen todo y déjenme –déjennos– descansar en paz. No nos usen para excusar sus ambiciones, sus deseos, sus intereses, sus desmanes o sus atrocidades.
Por eso, Hombre Todopoderoso, le dirijo estas reflexiones rogándole que me libere de sus cadenas, de sus creencias, de su ignorancia y de sus miedos. Cada vez que sienta la tentación de creer en mí, pregúntese quién ha creado a quién: si Dios al hombre, o el Hombre a dios. Por eso, Señor, Hombre Todopoderoso, se lo ruego, libéreme de la esclavitud a que me tiene sometido. Deje que me disuelva en la nada de la que un día usted me creó –nos creó– a su imagen y semejanza.
Que tengas un día maravilloso y gracias por leer.
Patricio Varsariah.