Escuchar nuestro cuerpo, Ser conscientes de nuestras emociones… Para poder tomar decisiones con libertad y conciencia En un mundo lleno de estímulos y que se mueve tan rápido cada día es más necesario el sentirnos a nosotros mismos. No somos seres separados del entorno que nos rodea, sino que formamos parte de él, en definitiva también somos materia y nos mimetizamos con el entorno, existe una influencia en ambas direcciones. De ahí, la importancia de que miremos hacia dentro de nosotros mismos, de que conozcamos nuestras emociones. 

Estas nos acompañan toda la vida y sin darnos cuenta son las que median en nuestro comportamiento y las que a veces dirigen nuestra vida. Para poder conectar con nuestras emociones debemos ser capaces de parar nuestra mente y simplemente dejarnos sentir, algo que es muy fácil para los orientales y muy difícil para los occidentales donde estamos más acostumbrados a encontrar razones para todo (racionalizar) y vivimos en un plano más cognitivo, todo pasa por nuestros pensamientos. Pero, ¿Qué hacemos con nuestras emociones? 

Cuando no hemos aprendido a gestionar nuestras emociones la única manera que conocemos de controlarlas es reprimiéndolas, pero el hecho de que nos las quedemos para nosotros no significa que no estén ahí todavía. Toda emoción reprimida buscará una forma de manifestarse, y ésta suele ser a través del cuerpo. Y así en nuestra experiencia vital del día a día vamos acumulando tensiones musculares, rigidez en ciertas partes de nuestro cuerpo, problemas digestivos, dolores en diferentes lugares de nuestro cuerpo… vamos somatizando nuestras emociones, es decir, se expresan a través del cuerpo. Y sobre todo, debilitan nuestro sistema inmunitario, por lo que nos hacen más vulnerables a nivel físico. 

Regular nuestras emociones No se trata de eliminar o reprimir las emociones, ya que como he comentado en otros escritos, son totalmente necesarias, no son ni buenas ni malas, sino que cada emoción cumple una función muy importante para nuestra supervivencia. Se trata de saber reconocer la emoción, actuar acorde a lo que nos dice esa emoción y después volver a un estado neutral. 

Una persona puede ir andando por la calle, ver a su amigo que hace tiempo que no ve y alegrarse muchísimo. Esta emoción hace que esta persona se acerque, que tenga ganas de proximidad, y tenga un comportamiento de cercanía y cariño con su amigo que mostrará tanto en sus palabras, como en sus gestos. Pero además dentro de esta persona estarán pasando un montón de cosas a nivel somático, puede que esta alegría le provoque un aumento del latido cardíaco, cambios en la bioquímica cerebral (neurotransmisores), que tenga sensaciones en el estómago…pero todo esto vuelve al estado anterior pasado un rato del encuentro. 

Al igual que en el ejemplo anterior, lo mismo nos puede ocurrir cuando nos enfadamos por algo, o sentimos miedo por ejemplo. Lo saludable es que la emoción cumpla su función y nos autoregulemos. Esto no es tan fácil ya que a veces nos vemos desbordados por muchas emociones y nos resulta confuso. Aunque seamos adultos, el niño que no ha aprendido a gestionar sus emociones sigue ahí con nosotros y es el que a veces responde a ellas. Con esto último me refiero a las formas en las que hemos aprendido de niños a responder ante las experiencias a las que nos vamos enfrentado, las relaciones con los que nos rodean, las dificultades y las pérdidas. 

Quizá en su momento nos sirvieron, como niños, pero no nos sirven ahora como adultos. Sin duda esto es determinante en la forma en la que afrontamos nuestras experiencias cuando crecemos.  Para mí todo esto refuerza más aún la idea de fomentar el aprendizaje en los niños de la gestión de sus emociones, de no dejarles a un lado para según que cosas, como por ejemplo en temas como la muerte . 

Si les damos la oportunidad de aprender en un entorno seguro, donde ellos se sientan protegidos, serán capaces de gestionar sus emociones y de desarrollar recursos y afrontamientos personales ante las adversidades mucho más saludables. Y sin duda, esto mejorará su autorregulación emocional, el altruismo, la compasión, aspectos que en la filosofía oriental conocen tan bien y aquí nos cuesta un poco el practicar. Se convertirán en adultos con mayor capacidad para las relaciones interpersonales, y con muchos más recursos para enfrenta