Hace unos días estuve pensando sobre la ecuanimidad, y que difícil es aún incorporarla a la vida cotidiana. Un sentimiento de afecto y amistad indiscriminado, hacia todos los seres, lejos de los permanentes altos y bajos emocionales del apego, la aversión y la indiferencia habituales, creo que debemos ver a todos los seres como “nuestras madres”:

Si como afirman algunas personas el continuo mental ha existido siempre y hemos vivido innumerables vidas, esto quiere decir que hemos nacido innumerables veces de innumerables madres y que todos los seres del planeta han sido mi madre (tu madre) en alguna ocasión. Verlo de esta manera te ayuda a concentrarte en la inmensa generosidad de cada ser. Y cómo no sentir simpatía y afecto por un ser generoso, alguien que ama y da prioridad a aquellos de quienes cuida por encima de sí mismo.

Doy fe de que funciona. Aun sin recurrir a otras vidas, en esta vida, cualquier persona que te rodea (te caiga bien o no) ama o ha amado a alguien o algo; cuida o ha cuidado de alguien o de algo. Porque todos los seres estamos conectados y en dependencia. Cuando he sentido que alguien me estaba haciendo la vida difícil (en el trabajo, en cualquier área de la vida), sólo caer en la cuenta de cuánto echa de menos pasar más tiempo con su hija pequeña, o saber que cuida de su abuela, de su madre o de su marido enfermo, tan sólo el hecho de recordar que esa persona ama a alguien, que cuida de alguien, diluye el dolor de mi rabia o el odio. Todo el mundo cuida de alguien o algo; todo el mundo ama a alguien o algo. No hay duda de que el amor -tan sólo el hecho de contemplar el amor- abre el corazón.

La aversión, la rabia, el resentimiento, el odio, cierran el corazón y lo endurecen (y el cuerpo y la mente se resienten y enferman, como si no llegaran los nutrientes con la fluidez y abundancia que deberían). El amor y la generosidad abren el corazón y todo fluye mejor y más ligero.

La ecuanimidad te sirve para que tu vida emocional no se vea desestabilizada todo el tiempo por arrebatos de apego (esto me gusta, esta persona es genial, cómo la echo de menos, tengo que caerle bien), aversión (éste es un plasta; no soporto tenerle a mi lado, todo el tiempo quejándose) o indiferencia (qué aburrimiento, no hay nadie interesante, vayámonos de aquí). La ecuanimidad te propone el sentimiento de afecto y amistad indiscriminado, hacia todos los seres. Olvídate de las anécdotas sin importancia y de tus negativas apreciaciones personales -subjetivas, producto casi siempre de situaciones coyunturales- y concéntrate en la experiencia de amor de esa persona (da igual el objeto). Te ayudará a sentir simpatía hacia ella.

Tu aversión o disgusto es la prueba de que algo no funciona en esa relación (abandona la costumbre de echarle la culpa a la otra persona o a la situación) y, por que cuando tú cambias, la relación cambia. No podemos esperar a que el mundo cambie para empezar a cambiar; por el contrario, si empiezas a cambiar tú para mejor, el mundo ya estará cambiando para mejor.

Piensa en la ecuanimidad. Puede ser el principio de un gran cambio en tu vida.