Hay heridas que nunca se ven en el cuerpo, pero son más profundas y dolorosas que cualquier atisbo de sangre. Leo la prensa, acudo a Internet, escucho los informativos, todo hace que me encuentre en un estado de abatimiento, que termino pensando que el mundo tal como está no tiene sentido. ¡Esto no puede terminar bien! Quien tenga la costumbre de leer mis escritos, verán que siempre van encaminados hacia tres pilares fundamentales: El amor, la felicidad y la amistad. Pero cuantas veces me pregunto: ¡Dios mío! Esto: ¿Dónde está? ¿Dónde puedo llegar a encontrarlo?
           
Comprendo que hay quien pueda superar todas estas circunstancias, pero yo no puedo superarlo, se apodera de mí tal estado de depresión que hay día que me encuentro abatido y derrumbado por completo. Y siempre acompañado ante tal estado, con la triste desgracia con que la Providencia me ha puesto por delante, esto es: “tener que vivir con media vida”. Si algunos han leídos algunos de mis escritos, sabrán por qué lo digo.
            
En realidad la vida resulta bastante diferente a como la soñamos. Ésta, pensándolo bien no es una “autopista” lisa y recta, sino un camino roto y sinuoso, en el que todos inevitablemente tarde o temprano nos encontraremos con problemas similares que nos aparecerán para fortalecer nuestra convicción y enriquecimiento, siendo inevitable que continuamente nos sintamos deprimidos. Es cierto que a través de nuestra existencia padecemos conflictos laborales, sufrimientos de pérdida de algún ser querido o alguna ruptura afectiva.
            
Estas inseguridades nos pueden hacer perder oportunidades en nuestra vida personal y también en la sentimental, llevándonos a un estado, ante el cual, no podemos predecir, que futuro nos espera. Cuando emprendemos un proyecto sin meditar antes los pros y los contras, ni planificar, es posible que nos aparezcan las dudas y las preocupaciones. Nos hemos acostumbrado a soportar esa presión en la que nos vemos envueltos inevitablemente. Pero pensemos siempre, que esa situación nos aleja de nuestra paz interior y al mismo tiempo nos impide relacionarnos de forma abierta y receptiva con todo lo que nos rodea.

Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: “nuestras libertades humanas”, es decir;  la elección de esa actitud personal la cual debemos adoptar frente al destino, para decidir nuestro propio camino.
              
Comprendo que es una situación delicada, sobre todo para el que lo padece, debido a que a veces resulta difícil aparcar esa angustia, la cual genera en mi vida tal incertidumbre, que en muchos momentos, no sé qué pensar, ni cómo debo actuar, ante este desbarajuste universal.