Resulta francamente conmovedor aspirar a conocer a alguien alguna vez. Cualquier contacto inicial deja paso bien pronto – a veces demasiado bien pronto- al vislumbre de la inmensa vastedad inabarcable que es una persona. Una sola. Una sencilla persona que hace su vida normal y piensa sus monstruosidades normales y siente sus seísmos normales. Es arrogante y a la vez inocente creer que alguna vez se va a conseguir conocer a nadie. Viéndolo así, es también increíble cómo hay amistades, u odios, y sobre todo amores. 

En puridad no tendría que haber nada de todo eso, tan sólo discurrires individuales por el Mundo, trayectorias únicas necesariamente solitarias. Los contactos entre las superficies que por azar se produjeran no tendrían, por tanto, que causar dolor, ni placer, ni nada. Serían solo incidencias sin importancia, leves toques accidentales. Pero no. Sufrimos, nos alegramos, sentimos pasión o afinidad o aversión, nos exaltamos o nos desesperamos, experimentamos un rango abrumador de emociones y en nuestra confusión asumimos que los otros nos las causan. 

Cada persona cree que los demás le producen cosas y, en consecuencia, cree que es capaz de controlar o modificar ese hecho produciéndoles cosas a los demás. Una locura colectiva absoluta gracias a la que hay guerras, y también amor del bueno, y en ambas cosas somos incapaces de ver que todo es una equivocación, una confusión de nuestra percepción del Mundo: lo que amamos, lo que odiamos, todo, es nuestra creación. Amo la imagen que me he hecho de ti, como yo quiero creer que eres; detesto eso que veo en ti, y que puede que ni remotamente veas, porque hay algo muy mío en ti que no acepto. Imágenes, ideas sobre ti...pero no tú. No Tú. 

Nadie conoce a nadie porque el filtro de la realidad que en verdad somos nos impide la percepción directa, en crudo, de las cosas. Las relaciones humanas son un error milagroso, por tanto. Las burbujas que somos buscamos la compañía para relacionarnos con nosotros mismos, que es a lo único que podemos llegar, y con no poca fatiga (¿quién se conoce todos los mecanismos y resortes, quién?). Los conflictos con los demás son, en definitiva, frentes abiertos contra uno mismo. “Malentendidos”, nos justificamos. Una burbuja enfurruñada porque otra burbuja la malinterpreta. En medio de ambas, éter. Vacío. No, no hay nada que entender. Solo hay que aceptar lo que el Mundo nos trae, pero lo complicamos todo tanto...