... la vida nunca te quita nada sin darte más
Publicado por Patricio Varsariah el martes, febrero 24, 2015
Si hay veces que parece que la vida se pone de nuestro lado hay otras en las que parece tremenda mente caprichosa, como si se divirtiese jugando con los sentimientos, emociones, anhelos y deseos de los humanos y quisiese demostrarnos, a veces con crueldad, que nuestros intentos por controlarla son absolutamente estériles.
Hay veces que algo te importa tanto que intentas tratarlo con el mayor de los cuidados, con sensibilidad, con mimo, con dedicación, con sacrificio, respetando sus tiempos, cuidando cada detalle. Pero he aquí que, en mitad de ese esfuerzo, un suspiro se escapa, una respiración levemente más profunda, un pequeño gesto incontrolado y todo lo que con tanto esmero habías cuidado salta roto en mil pedazos, rasgando todo aquello que querías proteger. Esto es especialmente duro cuando lo que rasga son personas a las que quieres, entonces el dolor lo invade todo pintando de gris hasta los más bellos colores con la siempre disponible ayuda de la culpa, que es inútil y absurda porque si tuvieras la oportunidad de ir hacía atrás en el tiempo con lo que sabes ahora hubieras dejado hasta de respirar por no dañar a aquellos a quienes quieres más. Es como si la vida se empeñase en enseñarnos que cuanto más tratamos de proteger y no dañar más daño hacemos.
Y según va cayendo el castillo de naipes todo lo que habías intentado controlar se vuelve contra ti y el respeto se destiñe en miseria, el dolor se torna ira, la realidad es acusada de mentira mientras que las peores fantasías obtienen el título de realidad y lo más grave, el amor y el cariño se ponen la careta del odio y te miran con esos ojos que aunque familiares no eres capaz de reconocer.
Entonces tienes dos opciones, pelearte contra la "injusta" realidad o incluso contra ti mismo, o abrir los ojos y el corazón, sentir ese dolor, cambiar culpas por aprendizajes y tomarte unos segundos (que pueden parecer eternos) para comprobar como la vida nunca te quita nada sin darte más, como por muy caprichosos que sean sus designios siempre te coloca en el camino que en ese momento debes transitar.
A veces parece un camino difícil y dan ganas de echarse atrás, pero ese es el momento de confiar, porque la vida nunca nos pone pruebas que no seamos capaces de superar.
Los que mueren del corazón apenas no dejan su rastro. Ni siquiera la débil radiografía de una estela, o el canto fugaz del cisne blanco. Se van, sin más razón que la urgencia de una guadaña impaciente, que elige al azar una vida y con ella se desvanece. Y deja en sus labios, la inacabada sílaba, que pudo ser algo importante tal vez la respuesta presentida, o la palabra anhelada, para esa vida de duelo de aquel que permanece. Los que mueren del corazón, siempre nos dejan sin respuestas y de repente.
Hay veces que algo te importa tanto que intentas tratarlo con el mayor de los cuidados, con sensibilidad, con mimo, con dedicación, con sacrificio, respetando sus tiempos, cuidando cada detalle. Pero he aquí que, en mitad de ese esfuerzo, un suspiro se escapa, una respiración levemente más profunda, un pequeño gesto incontrolado y todo lo que con tanto esmero habías cuidado salta roto en mil pedazos, rasgando todo aquello que querías proteger. Esto es especialmente duro cuando lo que rasga son personas a las que quieres, entonces el dolor lo invade todo pintando de gris hasta los más bellos colores con la siempre disponible ayuda de la culpa, que es inútil y absurda porque si tuvieras la oportunidad de ir hacía atrás en el tiempo con lo que sabes ahora hubieras dejado hasta de respirar por no dañar a aquellos a quienes quieres más. Es como si la vida se empeñase en enseñarnos que cuanto más tratamos de proteger y no dañar más daño hacemos.
Y según va cayendo el castillo de naipes todo lo que habías intentado controlar se vuelve contra ti y el respeto se destiñe en miseria, el dolor se torna ira, la realidad es acusada de mentira mientras que las peores fantasías obtienen el título de realidad y lo más grave, el amor y el cariño se ponen la careta del odio y te miran con esos ojos que aunque familiares no eres capaz de reconocer.
Entonces tienes dos opciones, pelearte contra la "injusta" realidad o incluso contra ti mismo, o abrir los ojos y el corazón, sentir ese dolor, cambiar culpas por aprendizajes y tomarte unos segundos (que pueden parecer eternos) para comprobar como la vida nunca te quita nada sin darte más, como por muy caprichosos que sean sus designios siempre te coloca en el camino que en ese momento debes transitar.
A veces parece un camino difícil y dan ganas de echarse atrás, pero ese es el momento de confiar, porque la vida nunca nos pone pruebas que no seamos capaces de superar.
Los que mueren del corazón apenas no dejan su rastro. Ni siquiera la débil radiografía de una estela, o el canto fugaz del cisne blanco. Se van, sin más razón que la urgencia de una guadaña impaciente, que elige al azar una vida y con ella se desvanece. Y deja en sus labios, la inacabada sílaba, que pudo ser algo importante tal vez la respuesta presentida, o la palabra anhelada, para esa vida de duelo de aquel que permanece. Los que mueren del corazón, siempre nos dejan sin respuestas y de repente.