He notado que muchos momentos de mi vida, estoy predispuestos a que no me encuentren? Ni con los otros, ni yo mismos. Tampoco es cuestión de engañarse suponiendo que estoy feliz sin nadie. Pero en medio de tanta vorágine de vida, tantos acontecimientos, tantas urgencias, tantas necesidades, a veces deseamos habilitar un espacio y procurar un tiempo en el que reposar tranquilo nuestra soledad. Y no siempre cualquier lugar de la propia casa es el mejor lugar. Nos procuramos un rincón singular en el que pensar, escuchar esa música, que tanto recuerdo nos trae, y algunos pensamientos que quisiéramos rectificar. 

Sin embargo, tampoco busco siempre estar solo. En ocasiones me aterroriza. En algunas circunstancias no falta quienes nos acompaña en esto de saber estar solo. La paradoja de la necesaria compañía para una buena soledad no hace si no confiar que hay también un gesto de apertura en la búsqueda de esa cercanía, de esa proximidad que no es un alejamiento. A solas podemos escuchar, tal vez el murmullo incesante de cuanto pensamos. Todos pasamos por épocas en que no tenemos a nadie en quien apoyarnos, con quien compartir experiencias, a quien contar cuestiones personales e íntimas, con quien intercambiar ideas, quien nos comprenda conductas o sentimientos en momentos determinados. 

También puede suceder que se está acompañado físicamente mediante vínculos sufrientes o por lo menos no gratificantes. Una cuestión importante, que parece una paradoja, consiste en que cuando la persona adquiera la capacidad de estar sola, es que nunca se encuentra sola. Siempre hay al lado otro en compañía mutua. Aunque este otro no sea pareja. Sea o no pareja, en muchas oportunidades nos puede acompañar o comprender, aún en las dichas o en los sinsabores de la vida. 

Al final, la soledad puede ser muy provechosa si cada quien se escucha y se dedica tiempo para sí mismo. Si no somos capaces de ver el alma, tampoco lograremos tocar un corazón.