Siguiendo con la parte segunda de el escrito sobre "anclar pesadas cadenas" y que ha generado muchos comentarios, hoy escribo sobre lo que considero que son las consecuencias de haber crecido en ese circulo de las madres tóxicas, padres autoritarios… estilos educativos que lejos de propiciar el crecimiento personal, la autonomía y el conseguir un vínculo sano con los hijos, los destruyen en muchos casos.

Podría hablar de varios tipos de crianza, de educar y trasmitir valores, y si bien es cierto que nadie viene a este mundo sabiendo cómo criar a un niño para que sea feliz el día de mañana, todo progenitor sabe que en la base de todo ello, está el amor. Ahora bien, el problema reside precisamente en el modo que conciben dichas personas la palabra “amor”. 

¿Amar a una hija o hijo significa protegerlo de todo mal y encerrarlo para siempre en el interior de una burbuja? ¿Es querer a un hijo sancionar todo lo que hace, dice o elige con la idea de conseguir que vaya por ese camino que yo considero aceptable para él?

Y qué puedo decir de las madres tóxicas, que manipulan y tejen sus estrechas redes con el fin de satisfacer necesidades propias, de impedir que la hija o hijo salga de su zona de confort… Sin lugar a dudas, creo yo que todos sabemos de alguna manera, identificar estos estilos de crianza tóxica.

Las experiencias de la infancia son marcas impresas en nuestro cerebro, son mellas de incomprensión, abismos de inseguridad y recuerdos en ocasiones cargados de odio que determinarán gran parte de nuestra vida de adulto. El estrés no es un estado que caracterice nuestra época adulta. En absoluto. Un recién nacido que no es atendido cuando llora sufre estrés, un bebé que no recibe caricias y afecto sufre estrés.

Ahora bien ¿qué sucede en el caso de un estilo de crianza influenciado por una madre tóxica, por un padre tóxico o unos progenitores autoritarios?... lo que sucede es que la hija o hijo está sometido cada día a una fuerte presión. Sabe que cada uno de sus pasos, de sus palabras o elecciones van a ser analizados y hasta sancionados. Se les somete a un estado continuo de inseguridad que acaba por sumirlos en un estado de estrés y ansiedad.

Además, se ven a menudo en la compleja situación de querer liberarse de esos hilos de la madre tóxica que vigila cada cosa que hace, que le marca lo que debe hacer. Sin embargo, la idea de salir de esa zona de influencia, de esa zona de confort también le da miedo. Teme que cualquier desafío al padre autoritario o la madre tóxica, origine graves consecuencias. Teme el castigo, y teme también “desilusionar o defraudar” a los progenitores. Todo ello genera estrés.

Se dice y creo que esta probado científicamente que los  niños o niñas sometidos a estrés desde épocas tempranas hasta llegada la adolescencia, por ejemplo, muestran niveles muy elevados de cortisol, adrenalina y noradrenalina. Estas hormonas y neurotransmisores hacen que existan pequeñas alteraciones en estructuras como el hipocampo, la amígdala y el lóbulo frontal. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se traduce a nivel comportamental o emocional? Según lo que dicen los expertos en la materia : Hay déficits en la memoria de trabajo, es decir, en la habilidad de resolución de problemas. El hipocampo, por ejemplo, está relacionado con las emociones y la memoria, mientras que la corteza frontal lo está con la toma de decisiones. 

Esto significa, que niños y niñas sometidos a un estrés muy elevado suelen tener ciertos problemas a la hora de decidir cosas, de resolver situaciones problemáticas, de mantener una regulación interior y un autocontrol cuando deben emprender una tarea o solucionar algún problema. Está claro que cada uno dispondrá de sus propias historias personales, y que no podemos estandarizar estos datos. No obstante, el estrés intenso en edades tempranas suele relacionarse con la inseguridad y con la dificultad de solucionar o salir de las situaciones complicadas.

Un estilo de crianza tóxica va a generar en la niña o el niño, un convulso torrente de emociones contrapuestas. Las madres tóxicas, por ejemplo, provocan a menudo relaciones amor-odio, a la vez que una compleja dependencia donde se alterna la necesidad, el miedo, el odio y el cariño.

Con un estilo educativo autoritario, se ejerce el poder del miedo, y ello provoca emociones muy negativas que marcan a los niños durante mucho tiempo. Si bien es cierto que a medida que crecemos podemos reaccionar frente a esta influencia, es algo que siempre deja su huella a nivel cerebral. POR QUE las emociones más negativas y más intensas son sin duda el miedo y la rabia. Estas sensaciones son muy comunes en un estilo de crianza tóxica, donde si bien pueden existir instantes relajados, lo más curioso es que en un cerebro infantil los recuerdos negativos suelen tener mucho más impacto.

Según lo que he podido investigar, el miedo y la rabia se concentran en una pequeña estructura primaria llamada amígdala. Forma parte del sistema límbico y se sitúa en la profundidad de los lóbulos temporales. Su función es la de almacenar experiencias emocionales, y asentar el llamado el condicionamiento del miedo.

La amígdala es la que nos ayuda también a asentar la memoria a largo plazo, así pues, todos esos hechos negativos que vivimos en nuestra infancia que nos produjo malestar, miedo o que nos hizo encendernos de rabia, son sensaciones que suelen quedarse para toda la vida y deja una huella “mnemotécnica”, de forma que cuando llegamos a adultos, utilizamos muchos de aquellos recuerdos o bien para reaccionar y evitar ciertas cosas, o bien para seguir prisioneros de los mismos miedos. Es sin duda una dimensión muy compleja.

Todos somos prisioneros del pasado, de esos estilos de crianza tóxica. No obstante, tenemos también el derecho y el deber de ser libres, de curar las heridas de la infancia y de seguir creciendo en plenitud.



Dedicado a todas esas personas que en estos momentos se sienten identificados con estas palabras, a todas esas personas que se encuentran invadidos por la desesperanza de un mundo que tiende a deshumanizarse
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