..algo que no podemos arreglar o cambiar...
Publicado por Patricio Varsariah el domingo, octubre 26, 2014

Sobrevivir a la pérdida de un ser amado es uno de las experiencias más difíciles de la vida. Es bien sabido que el proceso de sobrellevar la pena implica pasar por el inicial impacto emocional, luego vencer la negación, rabia, depresión hasta finalmente lograr cierto tipo de aceptación. Cada una de estas etapas de inquietud emocional varía en duración e intensidad desde meses hasta incluso años.
Perder a alguien con quien hemos tenido profundos vínculos puede ocasionar una desesperanza tal que nos lleve a sentirnos en un pozo sin fondo del que escapar es imposible porque la muerte nos parece algo definitivo. En la cultura occidental, la creencia de que la muerte representa el final de las cosas, constituye un obstáculo para la sanación. Tenemos una cultura dinámica donde la posibilidad de perder nuestra persona física resulta impensable. La dinámica de la muerte dentro de una familia se puede comparar a una exitosa obra de teatro que entra en caos por la pérdida de una de sus estrellas. El reparto secundario se debate en agonía buscando algún cambio en el libreto.
En nuestra cultura no nos preparamos adecuadamente, durante la vida, para la muerte porque es algo que no podemos arreglar o cambiar. La conciencia de la muerte comienza a roernos a medida que envejecemos, siempre ahí, acechando en las sombras, indiferente a nuestras creencias de lo que pueda suceder después de la muerte. Para la mayoría de nosotros, el temor proviene de lo desconocido. A menos que hayamos tenido una experiencia cercana a la muerte o vivido una regresión a una vida pasada en la que recordamos la sensación de dicho momento, la muerte es un misterio.
Cuando enfrentamos la muerte, sea como protagonista o como observador, resulta doloroso, triste y atemorizante; las personas saludables no desean abordar el tema y con frecuencia tampoco aquellas cuyo estado es grave. De tal forma, nuestra cultura ve a la muerte con aversión.
El siglo XX ha sido testigo de muchos cambios en la actitud de las personas con relación a la vida después de la muerte; durante las primeras décadas, la mayoría conservaba la visión tradicional de que sólo hay una vida por vivir, sin embargo en el último tercio del siglo, en los Estados Unidos, se ha estimado que un cuarenta por ciento de su población cree en la reencarnación.
Este cambio de actitud ha facilitado en parte la aceptación de la muerte para aquellas personas más espirituales y que abandonan aquella creencia que después de la vida sólo se encontraba el olvido.La pérdida no requiere que olvidemos nuestros recuerdos, más bien hace falta abrazarlos. La pérdida no requiere que dejemos de amar a nuestros seres queridos, sino que encontremos nuevas formas de amarlos. Antes, nuestro amor estaba mediado por la presencia. Ahora, está mediado por la ausencia. Necesitamos aprender a recordarlos y a amarlos aunque no estemos juntos.
Pero que hay que dejarlo ir, todo el mundo habla de dejarlo ir. La verdad, me parece, que hace falta también dejarla ir, pero sólo en cierta forma. Tengo que dejar ir las expectativas y entender que mi vida ya no será como solía ser. Con el paso del tiempo, y a veces de bastante tiempo, tengo que aprender a dejar ir mi dolor, y reconocer y confiar en que puedo estar cerca de mí ser querido sin la presencia del dolor. Tengo que dejar ir la añoranza, y en su lugar sustituirlo con el recuerdo.
Cuando recuerdo, estoy consciente de lo que todavía tengo y puedo rescatar. No me concentro en lo que no tengo, sino en lo que queda. Este proceso de luto puede ser muy difícil. Cada uno de nosotros pasa por un proceso de abrir un nuevo espacio en nuestro corazón.
Los que hemos pasado por la experiencia del luto, hemos sido colocados en el salón de clases de la vida donde debemos aprender un nuevo idioma. Los políglotas saben la cantidad de tiempo, de repetición y de frustración que requiere poder hablar con fluidez un idioma. Es un proceso lento, pero no es insuperable. Lo mismo sucede con el idioma de amar en la separación.
Con la práctica, con apoyo, y con confianza en nuestra capacidad de soportar momentos, días y a veces años de práctica, también nosotros podemos aprender a vivir en un mundo diferente donde los recuerdos de nuestros seres queridos se convierten en una fuente de esperanza y crecimiento propio.